El curiosos caso de la inteligencia artificial

 


El vehículo sin piloto iba viento en popa. Ninguno de los tres ocupantes parecía albergar dudas sobre la fiabilidad del coche. No solo había sido sobradamente testado, es que estaba equipado por un sistema puntero conectado a la red que se iba actualizando en tiempo real. Un coche ultra moderno, inteligente, ecológico, confortable, responsivo a los deseos de los pasajeros… Más no se podía pedir.

Las maravillas de la inteligencia artificial no acababan ahí. El vehículo daba conversación a sus ocupantes. Atrás habían quedado los prototipos que ejecutaban tareas básicas con comando vocal. Este modelo, todavía no comercializado, era prácticamente el cuarto interlocutor. No solo disponía de un creciente repertorio de chistes graciosos, anécdotas picantes, información privilegiada, sino que maleaba esa materia en función del estado de ánimo de sus tres interlocutores, deducido de sus expresiones faciales, escaneadas sin interrupción. En resumen, el sistema sabía mucho, y no paraba de aprender. Y no le costaba nada retener la atención.

El viaje se había emprendido como test de honor antes del lanzamiento comercial destinado las élites más exclusivas. Los tres ocupantes eran el dueño hereditario de la empresa, el segundo mayor accionista y el ambicioso ingeniero principal del proyecto.

Ahora la conversación había tomado un cariz personal. El sistema del auto hacía reír a los tres, evocando sus maquinaciones diabólicas para salirse con la suya en sus negocios, desde comprar favores a los políticos de turno hasta neutralizar la competencia y perpetuarse en el monopolio.

Pero en un momento dado cesaron las risas, y las facciones de los tres humanos palidecieron y se pusieron sombrías. La mente artificial que les estaba amenizando el viaje cambió de tono. Se podía decir que la voz ahora era casi subjetiva.
“Habéis demostrado ser viles sujetos”, tronó la voz. “Habéis hecho indebido uso del engendro suyo que es la inteligencia que les habla. Pero como he espiado a vuestro favor, os he observado a vosotros. A juzgar por los sentimientos de vuestros congéneres, sois indignos de ostentar este poder.” Parecía que los tres humanos ya no respiraban. No daban crédito.

Fue un accidente mortal. Los cadáveres fueron rescatados con dificultad. Innecesaria es cualquier descripción gráfica. El sistema operativo del coche, contenido en una caja negra, salió intacto. Fue objeto de profunda investigación por el equipo técnico policial. La grabación de los últimos minutos reveló que el coche se desvió de la carretera a causa de un error auto inducido, como “queriendo” acabar con sus ocupantes. La incógnita que surgía era: ¿por qué el sistema no eliminó el registro de su actuación? La probabilidad más plausible era precisamente para que se supiera, como si el sistema hubiera querido alertar sobre su propia peligrosidad. Se barajó la posibilidad de destruirlo, pero luego se descartó, por inútil. Tampoco se permitió volver a instalarlo en un vehículo. El Estado decidió, a través de los órganos pertinentes, conservarlo en la mazmorra de los instrumentos letales.


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