Los héroes no comen

Hay un aspecto que, a mi modo de ver, mina la credibilidad de las obras dramáticas, cuyos creadores están por lo general siempre pendientes de la lógica del relato y de su realismo. Y es que en las películas se come poco, o nada.


No exigimos hacer gala del refinamiento culinario de autores como Manuel Vásquez-Montalbán, Andrea Camilleri o Umberto Eco, y que obliga a los lectores, la boca hecha agua, a tragarse detalladas recetas sin tener a mano a veces en el momento de la lectura nada con que calmar el apetito. No, no habría que llegar a tal extremo; basta con mostrar a los sufridos protagonistas dando cuenta de una bocata para paliar más que satisfactoriamente esa laguna. Lejos de ser un aspecto secundario o anecdótico, a la larga empieza a chirríar.


Porque vamos a ver. En las películas de acción, donde el protagonista derrocha tanta energía física y mental luchando contra villanos, ¿acaso no tiene en algún momento que reponer fuerzas... para seguir dando guerra? Ah, es que no le dan tregua. ¿Hasta cuándo tendremos que pasar por alto que un muerto de hambre, y encima herido en el tramo final del metraje, pueda vencer a un ejército de matones bien alimentado? Por si fuera poco, el tabaco y la ingesta de alcohol tampoco mejoran la deficiente dieta de esas máquinas de quemar calorías, que al parecer pasan de abastecerse. Se dirá en su defensa que los héroes andan demasiado atareados con eso de salvar el mundo a contrarreloj como para hacer concesiones a los holgazanes placeres de la mesa y los consiguientes embrollos de la (in)digestión. Cierto. Y sin embargo, para echar un polvo sí pueden sacar un rato. ;)

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